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Venezuela 'defends' its sovereignty

By Aleksander Boyd

London 27.01.05 | One of the best analysts of Venezuela's crisis is undoubtedly Milagros Socorro. Her latest article (at the end of this paragraph, apologies to the language impaired), lays bare the profound hatred towards democratic opposition instilled by Chavez on his ignorant followers. It is a very powerful piece that sums the sentiment of very many of us. The picture above was taken last Sunday in the chavista rally for the 'defence of Venezuela's sovereignty'. As if hatred were not enough, please note how Chavez supporters, with war weaponry, walk side by side with the Metropolitan Police. Further, see the red/black handkerchieves of the three men; the one with the riffle, the one in front and the one behind. Prepared to cover up their faces in case the order to attack the opposition is given by the high command perhaps?


Monólogo interior de una vendepatria

Por Milagros Socorro | El Nacional

El hábito de protestar, de marchar y, en fin, de manifestar de muchas maneras la inconformidad con las malas acciones del poder no me ha quitado la costumbre de preguntarme en cada ocasión ¿por qué estoy marchando?, ¿contra qué me estoy pronunciando? Este ritual mental me ha puesto muchas veces en franco conflicto porque se ha dado el caso de que la masa en la que me encuentro confundida ha incurrido en prácticas muy parecidas –cuando no idénticas e incluso peores– a aquellas por las que me he echado a las calles a reclamar.

Este domingo 23 de enero me uní a la marcha de la oposición. Tengo, pues, el honor de ser uno de los cuatro gatos y gatas, como diría Elizabeth Fuentes, que estuvieron ese día en las calles de Caracas recibiendo a un tiempo en la cara el sol y los insultos de los ciudadanos que estrenaron franela roja y aprovecharon que éramos muy pocos para acercarse casi hasta rozarnos y gritarnos groserías.

Como no suelo corear consignas, en parte porque muy pocas veces ilustran mi manera de ver las cosas y, sobre todo, porque no siendo atleta, prefiero administrar muy bien mis fuerzas y emplear éstas en llegar al final del recorrido sin arrastrarme hasta un taxi pero principalmente en abrir los ojos, tratar de comprender lo que pasa y discernir el nombre de las cosas... Como no suelo unirme al coro de las consignas, decía, no hay nada que me adormezca en las marchas, nada que me desvíe de mi propósito de escrutar lo que es inconveniente para la Nación y señalarlo. En esta ocasión, el 23 de enero, me pregunté muchas veces por qué estaba yo allí. Y no porque haya parpadeado en mi convicción que en Venezuela se están imponiendo desatinos desde el poder central, se están vulnerando todos los arreglos del pacto democrático y se está comprometiendo el futuro del país al arrojar el presente a la hoguera del afán de destrucción y delirante personalismo del presidente de la República.

ME CUESTIONé MUCHAS VECES EL SENTIDO DE AQUELLA MARCHA PORQUE CASI DESDE EL PRIMER MOMENTO LA PROTESTA PARECIó DISOLVERSE EN UNA DINáMICA DE CONFRONTACIóN con las legiones de franela roja, que al ser avistadas por los marchistas opositores provocaban entre estos el grito de: “A mí no me pagaron, yo vine porque quise”. Y muchos se frotaban el pulgar con el índice en gesto de contar billetes. Evidentemente, se trata de expresiones insultantes para las masas que apoyan a Chávez porque las descalifica en su capacidad de movilizarse políticamente por algo distinto a la dádiva que, efectivamente, el Gobierno prodiga. No suscribo esa idea. Ni veo la utilidad de defender un punto de vista y una noción de lo que debe ser el país, de los valores que deben orientarlo y del destino al que lo estamos arrimando, denigrando del otro y echándole en cara esa suposición de que jamás podría constituir un sujeto político porque su pobreza y escasa escolaridad lo han convertido en un lambucio eterno, condenado a cambiar voto por pote de leche. Y no niego que la pésima educación, los erráticos planes oficiales al respecto y el dispendio de fondos en misiones educativas en vez de propender a un sólido proyecto que garantice calidad y permanencia (en vez de paños calientes y títulos que vete a saber qué lagunas e impericias del supuesto graduado encubren), constituyan una fábrica de pobres, de ignorantes y de sempiternos agradecidos al demagogo. Pero ése no es el punto. Ni ellos son los culpables. Si alguien admite dinero a cambio de adhesión política no es culpable sino víctima de una atrocidad; en todo caso, vive en una situación de imperativos atroces que suprimen su discernimiento, su capacidad crítica y su libertad de dar su apoyo a una determinada opción política porque nada de esto tiene la urgencia del hambre.

POR ESO MISMO MARCHO, POR ABOMINAR DE UN GOBIERNO QUE AUSPICIA LA POBREZA (no exijas fuentes de trabajo, confórmate con esta bequita de la misión tal) ; que promociona la ineficiencia y la ilegalidad (principal credencial de un ministro de Agricultura: haber sido invasor de fincas) ; que manipula a las masas para su provecho (la responsabilidad de tu atraso y falta de oportunidades no la tenemos todos, tú incluido, sino el imperialismo yanqui) ; que propugna la brutalidad como una forma de urbanidad revolucionaria (ni por la patria doy lo suyo a negras) ; que desmedra el patrimonio físico y simbólico de la Nación (tres días de duelo por la muerte de un prócer de mito instantáneo que en pocas semanas sería conocido como jefe de un gang de extorsionadores y ningún día de duelo por el fallecimiento de Jesús Soto, pero sí aplausos durante una conferencia en el Celarg al vandalismo que destruyó su obra en la autopista, así como elogios a los indigentes que hicieron “una obra de arte conceptual” al eliminar una manifestación de “arte bancario” ) ; que humilla a los ciudadanos venezolanos y les impone larguísimas jornadas para obtener un documento de identidad, pero se apresura a concedérselo a quien no cumple con ningún requisito para ello (Jácome Castellanos Alfonso, uno de los jefes del ELN, guerrilla colombiana, fue detenido en septiembre del año pasado en Barinas cuando portaba una cédula de identidad venezolana a nombre de Olinto Rosales González, con la que votó en el referéndum revocatorio). Si todo esto fuera poco –o fueran éstas las únicas razones para marchar– cuando estoy llegando a Parque Cristal, me cruzo con un grupo de motociclistas que doblan raudos una esquina. Todos llevan chaquetas rojas... con el logotipo de la Policía Metropolitana.

COMO TENGO MUY CLARO POR QUé PROTESTO, CAMINO EN SILENCIO PREGUNTáNDOME QUé ANIMA A MANIFESTAR A ESTAS MULTITUDES EMPLAZADAS A AMBOS LADOS DE LA ACERA, estos centenares de compatriotas que se echan encima de algunos de nosotros y se golpean una mano con el puño de la otra. Ellos no están protestando, por qué van a protestar si han logrado todo lo que anhelaban. Ellos están ahí para defender la “soberanía”. ¿Qué noción tienen estas personas de soberanía?, me pregunto. ¿Qué han venido a defender con un fervor que no destinan a exigir agua para sus comunidades, algunas de las cuales padecen más de 20 días seguidos sin el suministro? ¿Se creerá, de verdad, esa señora la consigna que lleva escrita en el cartel que porta (dice: “Granda, el pueblo venezolano te hace ciudadano” ). Y estoy en eso cuando una mujer salta de la acera, se arroja sobre mí y con su aliento de salchicha agria me llega su grito: ¡vendepatria!

Tal es el encono con que se ha aproximado que su boca se ha abierto desmesuradamente en una contorsión feroz. Puedo comprobar que le faltan varios dientes. Y esa tropa dental fugitiva me deja consternada. No comprendo cómo puede una persona desplegar semejante energía para defender la “soberanía” (y que todos, absolutamente todos, sabemos que no es más que el derecho del soberano, es decir, del emperador, del príncipe, a disponer como le plazca de sus dominios) y no ha tenido la misma determinación para procurarse una mordida decente. ¿Pensará ella que sin “soberanía” no hay esperanza de dientes nuevos?

¿Concebirá que a falta de dientes, venga un poco de “soberanía” ?

¿Habrá concluido que puesta a escoger entre dientes y “soberanía”, escoge lo segundo? Y por ahí seguí caminando mientras discernía con gran concentración: ¿podrá haber soberanía sin dientes?



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