López Obrador, ese demoledor de la izquierda
Por Raúl Tortolero
México, DF 05.09.06 | “¡Que se vayan al diablo con sus instituciones!”, se atrevió a declarar Andrés Manuel López Obrador el viernes pasado, 1 de septiembre, el mismo día en que legisladores recién electos de su partido, el PRD, impidieran la realización del último Informe de Gobierno del saliente Vicente Fox, del PAN, al tomar la tribuna de la Cámara de Diputados.
López Obrador tuvo a bien renunciar de manera definitiva a la vida institucional, a la vía institucional del país ante sus prosélitos en el Zócalo capitalino, donde mantiene un plantón, así como en toda la calle de Reforma, desde hace dos meses.
Con esto, la ciudadanía en general, incluso quienes votaron por él, pueden darse cuenta ahora de qué clase de mentalidad, de ideología siempre estuvo subyacente en este ex político tabasqueño.
Esto va mucho más allá de ser de izquierda o de cualquier otra ala dentro de la geometría política nacional: renunciar definitivamente a las instituciones es burlarse de la democracia que todos hemos ido tejiendo a lo largo de varios y penosos sexenios.
¿Cuál es el motivo para que el ex candidato a la presidencia por el PRD ahora –y con esa expresión tan soez- abandone el camino de la política e inscriba su lucha dentro de un marco extra-constitucional?
Nada, sólo que perdió las elecciones y no puede ser capaz de reconocerlo, pese a que el Tribunal Federal Electoral –un instituto cuyos miembros fueron aprobados por todos los partidos políticos incluyendo por supuesto el PRD- ha reiterado que Felipe Calderón superó a López Obrador en unas elecciones, sí, con ciertas anomalías, pero no tantas que hubiera la necesidad de anularlas por completo. Los resultados de las casillas donde se registraron fallas fueron eliminados ya.
Es decir, si López Obrador hubiera triunfado, no habría, según su peculiar óptica, necesidad de abandonar las instituciones y mandarlas al diablo, pero como perdió, entonces hay que descalificarlas a todas juntas.
Esto no es hacer política desde ningún punto de vista. Esto es, en definitiva, dejar atrás todas las estrategias políticas y sumergir al país en una crisis de la que no se avisora salida pronta posible.
Es el momento de que los políticos del PRD que todavía se encuentren en sus cabales, que los hay, sin duda, marquen su distancia con este tipo de actitudes en todo nocivas para el país, y así salven no sólo el futuro del PRD, sino el presente democrático puesto en duda.
Es el momento en que a este país le urgen posturas maduras, alejadas de berrinches inconcebibles e inaceptables, de todas las facciones, por encontradas que puedan estar en estos días. Y pensar que en un cierto momento López Obrador ha citado como referencia de sus posturas a Mahatma Gandhi. Pero hay un gran terreno que separa a uno de otro. A Gandhi nunca se le daba mandar al diablo a ninguna institución, ni jamás empleó contra sus adversarios palabras como: “traidor, mentiroso, chachalaca, pelele, títere”.
El lenguaje más cercano, en ese tenor violento, sería en todo caso el que le hemos escuchado por desgracia a Hugo Chávez para denostar a Vicente Fox. Lo bueno es que se decía que no había ninguna relación entre López Obrador y Hugo Chávez. Se afirmaba desde las voces más sanas del PRD que se trataba de dos personas muy distintas, pero, en vista del rumbo que ha tomado el movimiento unipersonal de López Obrador, encontramos más coincidencias que diferencias. Y esto es grave.
El tabasqueño dijo ese mismo viernes que había que construir “una República representativa y verdaderamente popular”. ¿Qué quiere decir con esto? ¿Por qué nunca anunció sus verdaderas intenciones durante su campaña electoral?
La gente que votó por él muestra al mismo tiempo su decepción y su asombro. No se imaginaban que tan rápido López Obrador iba a mostrar un rostro cercano al socialismo de los años setentas, ese que siempre ha apostado por el autoritarismo.
Nadie podría ahora pensar que las declaraciones y estrategias post electorales de López Obrador intentarían tomar el poder a como dé lugar para entonces empezar a construir una democracia, la misma que ahora rechaza, que ahora le estorba y le incomoda tanto.
No se puede imaginar a un López Obrador mandando al diablo a las instituciones para después reconstruir una democracia. Lo único que se puede construir con esa tendencia es un sistema autocrático.
El tabasqueño apuesta a la confrontación y por desgracia algunas personas hallan en él una suerte de catarsis para liberar todo su resentimiento. Hace sólo unos días presencié una extraña pero simbólica escena que da cuenta de lo que está pasando en México: un tipo llegó al banco, a Bancomer BBV y exigía de mal modo a una cajera que le cambiara un cheque de otro banco en ese mismo momento.
La señorita le explicó que los cheques de otros bancos tardan tres días en pasar a las cuentas de Bancomer. Es un procedimiento normal, pero, envalentonado por la actitud de su caudillo, ese cliente le gritó a la señorita varios improperios y le dijo: ¡Al cabo que cuando tomemos el poder con López Obrador todos los bancos se van a ir al carajo porque volverán a ser del pueblo!
Quienes votaron por López Obrador no podrían haberse imaginado escenas tan lamentables como éstas. La plataforma electoral del PRD no consistía en la destrucción de las instituciones, ni anunciaba visos socialistas meta-constitucionales, pero todas las acciones emprendidas por López Obrador luego del 2 de julio lindan mucho más con estas ideas trasnochadas de la lucha de clases que dividen al país, que con propuestas estables de crecimiento y combate a la pobreza sin populismo.
López Obrador pasó en tres minutos de ser un jefe de gobierno con alta popularidad a ser un promotor de una animadversión entre la clase popular y todas las demás, de ser moderado a ser excluyente, de estar dentro de la ley a actuar fuera de la ley.
Ya no se han realizado encuestas de popularidad en torno de los ex candidatos a la presidencia, pero si recordamos que lo que más le restó puntos a López Obrador durante la campaña fue haberle dicho a Fox: “cállate chachalaca”, imaginemos hasta dónde puede haber caído su aceptación popular mientras profiere toda esta serie de descalificaciones inauditas en ningún otro actor político desde hace muchos años.
Qué pronto mostró el cobre López Obrador: a la larga va a ser recordado como el principal destructor de la izquierda en México, alguien que por un resentimiento y sin pruebas de un fraude electoral, descarriló a su partido y envolvió al país en una situación de inestabilidad no vista hace mucho tiempo. Demoledor de la izquierda que no sea la que lo sigue, este caudillo exige un radicalismo a sus filas que implica un suicidio a la viabilidad de opciones democráticas estables.
Pero eso no es todo: además, López Obrador dijo ayer domingo que los medios de comunicación son “mentirosos y alcahuetes del régimen”. Todos, sin distingo. Con esto está logrando que sus seguidores insulten, apedreen y hasta hayan golpeado a los periodistas que cumplen con su labor dándole cobertura a los sucesos del país.
Ya no sólo los periodistas en México tenemos como principales responsables de la violencia ejercida en contra nuestra a los narcotraficantes, sino que ahora tendríamos que vigilar a los molestos fans de López Obrador, que no se cansan de amenazar y denostar nuestro trabajo. ¿Hasta dónde llegará esto? ¿Quién será el primer muerto? Heridos ya ha habido.
¿Qué clase de estrategia es ésta? Benito Juárez, a quien a menudo quiere asemejarse López Obrador, es conocido por la frase: “el respeto al derecho ajeno es la paz”, pero la paz es justamente lo que menos parece preocuparle a este ex político. Y teniendo voluntariamente en contra a “la derecha”, a los medios de comunicación y a la ciudadanía que sufre los bloqueos, así como al empresariado en general, a las instituciones electorales y todas en general, al presidente, al PAN, a Felipe Calderón y muchos perredistas de corrientes moderadas (o mejor, no-suicidas), ¿qué le queda a López Obrador? ¿Las armas?
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