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Hugo Chavez: El sacrificio de un líder

Por Laureano Márquez

11.06.05 | “Yo por mí, viviría en un rancho... ¡sabroooso!, sin agua potable, cargando mi latica desde la pata del cerro y subiendo en jeep, con mi despacho bajo unas láminas de zinc bien calientes y piso ‘e tierra y alpargatas. Pero como me quieren matar, me veo obligado a protegerme, a permanecer en este repugnante palacio caminando sobre alfombras carísimas y durmiendo en cuartos con aire acondicionado... Yo no sé cómo lo soporto. Baño con cerámica, agua caliente y caras porcelanas. Es que si no me vomito cada vez que tomo una ducha es de vaina.

Tengo que moverme en un carro como con 500 guardaespaldas, sacrificando el sueño de mi vida: andar en un volkswagen escarabajo escoñetado y sin frenos; pero, por culpa de los conspiradores, debo ir como me ven.

¿Ustedes creen que a mí me gusta esta limosina blindada en la que uno puede estirar las piernas y hasta recostarse un ratico y hacer siesta, con neverita de agua fría para refrescarse después de un caluroso contacto con ustedes, mi pueblo, y botellitas de agua oxigenada Evian para lavarme las manos, no vaya a ser que el imperialismo haya contratado a alguna viejita para pegarme una magni-infección? Pues no, yo detesto esta vaina, pero debo andar así por seguridad. Cada vez que renuncio a un chicharrón con pelos, no pienso en el colesterol malo, sino en qué sería de este pueblo si a mí me da un infarto, porque me imagino que sabrán que los chicharrones son una estrategia de la CIA para joder a nuestros pueblos.

Qué más quisiera yo que poder llevar un Cassio de pulsera plástica en mi muñeca, de ésos cuyas pilas venden los buhoneros de El Silencio. Pero desde que comenzaron los intentos de magnicidio, me veo obligado a cargar un Vacheron Constantin cuya precisión me permite conocer la hora exacta de un posible atentado.

Su mecanismo, sensible al pulso, ayuda a mis escoltas a saber, en ciertos momentos de duda, si sigo vivo. Tiene una miniesfera en uno de los cuadrantes que me permite, además, conocer la hora exacta en Washington D.C., donde vive nuestro mayor enemigo, y una correa de cuero puro que evita alergias y envenenamientos vía epidermis.

¿Ustedes creen que a mí me gustan estos paltós de alta costura francesa? ¿La verdad?: ¡me repugnan!... lo que me dan es asco, esos trajes cuya línea se mantiene en una caída impecable, el ajuste perfecto a los hombros, el talle ceñido que estiliza la figura y esa solapa gruesa y atacona.

Dígame las corbatas italianas de seda, suavecitas...

¡Qué ladilla, mano! Mi sueño es andar con pantalón de kaki y franelita blanca. Pero claro, desde que quieren atentar contra mi vida, me veo obligado a llevar estos costosos trajes, porque es exigencia de la compañía que fabrica los chalecos antibalas, que me dijo: “con Monte Cristo se le va a notar”. Eso es como las yuntas de oro: “Coño, ¿no me pueden amarrar esa vaina con pabilo?, les digo yo”.

No, me dicen mis asesores de seguridad, porque esos y que son GPS para conocer mi ubicación en caso de eventual secuestro.

Dígame la comida. Eso sí es un verdadero sacrificio. A mí no hay nada que me encante más que un plato de pasta con Ketchup y una Pepsi mojada en casabe y una arepa de aguacate a las dos de la mañana. Pero hubo que contratar cocineros de máxima confianza y esos carajos no saben preparar nada de esa vaina, sino platos musiúes: que si salmón fumé, que si entrecot, que si escargots.

Cómo añoro mis ensaladas con vinagre Corona y aceite Vatel, no esta vaina que lo que sabe es a aceituna y un acetto balsámico de Módena, para evitar posibles envenenamientos.

Todos estos sufrimientos, y muchos otros que no quiero contar, sino que prefiero que permanezcan en el olvido, con la humildad que me es propia, los hago por ustedes. Y yo cuido mi vida no por mí, que soy una paja que arrastra el viento, ¿qué importo yo y el sacrificio que hago de soportar las incomodidades que he descrito? ¡Nada!, absolutamente nada. Todos estos padecimientos los resisto estoicamente por ustedes, mi pueblo, para que ustedes mantengan ese nivel de vida revolucionario que yo, tristemente, no puedo llevar.”



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