Banco Chavista de Venezuela
Teodoro Petkoff - Editorial Tal Cual
22.12.04 | El modo como Chávez se dirigió a la Junta Directiva del Banco Central y en particular a su presidente, Diego Luis Castellanos, instándolos a renunciar y haciendo torpes alusiones personales a este último, define con total diafanidad no sólo la naturaleza autocrática de su personalidad, su desprecio absoluto por los valores democráticos, sino también su total desconsideración, en el plano puramente humano, con sus colaboradores. El poder se le ha subido a la cabeza.
Chávez no concibe otra relación con él que la de subordinación. No quiere colaboradores sino sirvientes. La más mínima chispa de autonomía en su entorno lo saca de sus casillas y rápidamente desenfunda la pistola de los insultos. Tanto Castellanos como el resto del Directorio del BCV fueron designados por Chávez. Pero bastó que lo contradijeran para que cayeran en desgracia.
Chávez dice que el BCV no es de Castellanos. Claro que no es. Tampoco es de Chávez.
Estos señores tienen un criterio, distinto al del Presidente, sobre la cuestión de las utilidades cambiarias. Si tienen razón o no, no viene al caso, porque ese no es el fondo del problema. El fondo es que Chávez no tolera que le discutan ni es capaz de debatir serena y persuasivamente con quienes discrepan de él. Pierde los estribos y suelta cosas tan balurdas como esa alusión a la edad de Castellanos, quien, según él, ya es un “viejito” que debería renunciar y empantuflarse en lugar de estar haciéndole resistencia a sus solicitudes. Indelicada y amenazadoramente indicó que si tuviera que estar preso tendría la casa por cárcel, dada su edad. (Por cierto que, con ese tipo de descalificación, al anciano José Vicente Rangel, con sus 75 años, y al no menos anciano gobernador de Barinas, para citar sólo dos casos, debería pedirles también pase a retiro.) Chávez no se asume como un gobernante democrático —el cual es apenas el primero entre sus iguales—, obligado a respetar las opiniones contrarias a la suya y, en el caso de funcionarios designados para mandatos de plazo fijo, en organismos con autonomía, con mayor razón aún, incluso si no tuvieran razón en sus posturas. Pero esa intolerancia, por ejemplo, es la que está detrás del brutal zarpazo al TSJ. Chávez no hace la ley sino que ES la ley.
Más aún, tal como Bush, ha elevado a nivel de política de gobierno la consigna fundamentalista de que quien no está con él, está contra él. Además, sin escrúpulo alguno, exige fidelidad a su persona, no a un proyecto o a unas ideas. El es el proyecto y a él pide sumisión.
En todos los regímenes personalistas los colaboradores del caudillo van siendo cada vez más mediocres y más dispuestos a la adulancia. Y también más miedosos. Nadie con un mínimo de personalidad propia resiste mucho tiempo al lado de un caudillo que afirma su poder machucando la dignidad de quienes lo rodean. Para ese tipo de gobernantes la soledad del poder es aún más acentuada, pero la jaladera y la obsecuencia no les permiten percibirla.
El fundamento de la relación con ellos es la hipocresía. Cuando pierden el poder es que descubren cuán vasto y profundo era el océano de fariseísmo que los rodeaba y cuán solos estuvieron siempre.
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