Saramago y la banalidad
por Aníbal Romero | Tomado de WebArticulista.net
06.12.04 | Era atractivo presumir que luego del fin del socialismo real en la URSS y Europa del Este, y con la Cuba castrista mostrando al mundo sus desvergüenzas, había concluído la era de los intelectuales itinerantes de la izquierda internacional, predicando utopías y vendiendo trivialidades. Pero no, de ninguna manera. He aquí que el régimen revolucionario venezolano, la misma semana en que se agudizaba su naturaleza criminal y canalla, nos obsequió con la visita del escritor portugués José Saramago, un fósil del estalinismo que al igual que Sartre, Neruda y García Márquez, nunca se cansó de estar equivocado.
Entre otros desatinos, Saramago afirmó que el régimen chavista está "democratizando las instituciones políticas" del país. Podemos estar seguros que el escritor desconoce lo que aquí ocurre, pero ello le tiene sin cuidado. Cosas iguales, y aún peores, hizo Jean Paul Sartre en su tiempo, como por ejemplo respaldar la más extrema violencia si la misma era "revolucionaria", adular a Stalin, Castro y Pol Pot, y apoyar los horrores de la revolución cultural china. Albert Camus siempre tuvo razón frente a Sartre, pero la intelectualidad de izquierda no lo vió así. Al contrario, continuaron enarbolando sus patéticas certidumbres hasta que el muro de Berlín les cayó encima, aplastando décadas de imposturas y falsificaciones. Los intelectuales de izquierda siguen idolatrando a Sartre, a pesar de que en materia política fue un desastre.
¿Y qué decir de Neruda y García Márquez, cuya presunta ingenuidad no ha sido sino un impúdico mito, tras el cual se oculta una funesta irresponsabilidad moral? El primero le escribía versos ditirámbicos al "padrecito" Stalin. El segundo jamás ha tenido el coraje de romper con la tiranía castrista, y se escuda tras sus esfuerzos para ayudar a uno que otro disidente a escapar de las garras de un totalitarismo que, sin embargo, no se atreve a condenar. Mario Vargas Llosa siempre ha tenido razón frente a García Márquez, y siempre ha acertado en sus descarnados análisis de la política latinoamericana, pero el odio de la intelectualidad de izquierda aumenta mientras más razón tiene el ilustre escritor peruano.
Hubo una época en que ser de izquierda significaba tener propuestas, rechazar realidades insatisfactorias y presentar opciones para superarlas. El derrumbe del socialismo real, el desprestigio del marxismo, y la revelación de los crímenes que plagan la historia del comunismo dejaron a la izquierda huérfana. Esa izquierda ciega se niega a admitir que hoy lo revolucionario es el capitalismo, la democracia representativa, la concepción liberal de los derechos del individuo y de los límites del poder del Estado. La izquierda ya no puede ofrecer el socialismo como alternativa. ¿Qué le queda entonces? Pues la banalización ideológica, el anti-yanquismo, y consignas antiglobalizadoras que no por su repetición son menos anacrónicas.
Se me dice que ser de izquierda es comprometerse con la justicia social, y tengo al respecto dos comentarios: En primer término, eso también se decía antes, y millones identificaron la justicia con el fracasado socialismo. ¿Cuál es hoy la propuesta? ¿Y qué se ofrece en lugar del capitalismo liberal y la democracia representativa? ¿La tragedia cubana?, ¿el experimento venezolano?, ¿el salvaje modelo chino? En segundo lugar, ¿qué entiende la izquierda por justicia social, excepto una aspiración abstracta y bondadosa, sin asidero teórico como tal? La izquierda despliega consignas como si se tratase de claras fórmulas político-económicas, y detrás viene la tragedia. La justicia la queremos todos. Lo importante es: ¿cómo lograrla?
La imprecisión conceptual, un romanticismo tan vacío como peligroso, y - repito - un visceral anti-yanquismo son los restos del pensamiento de izquierda en el mundo. Todo ello conjugado con las banalizaciones de un Saramago o un García Márquez, y anteriormente de un Sartre o un Neruda, banalizaciones que no obstante tuvieron y siguen teniendo gravísimas consecuencias, en Cuba, en Venezuela, en todas partes donde ese izquierdismo sentimentaloide se transforma en opresión y miseria para la gente, como lo estamos experimentando acá.
Saramago es, desde el punto de vista político, un personaje lamentable. Anda por allí respaldando a cualquier caudillo que hable mal de Bush y de los Estados Unidos, y proclame su amor por los pobres, sin profundizar un ápice sobre los dramas que se esconden tras una retórica que ha sido y es fuente de muchos crímenes. La Academia Sueca seguirá premiando a los Saramago de este mundo. Jamás lo hará con un Borges, un Malraux, o un Vargas Llosa. La cultura de izquierda europea, la misma que llevó a Rodríguez Zapatero a los brazos de Chávez, lo impide. Pero la Academia Sueca con frecuencia se equivoca.
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