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Chávez y las consecuencias de su victoria fraudulenta

Por Carlos Alberto Montaner

En Venezuela prácticamente toda la oposición y una buena parte de los observadores internacionales están de acuerdo en que hubo fraude. ¿En qué se basan? Lo deducen de las encuestas previas a la consulta y del recuento provisional durante los comicios. Las encuestas le daban a la oposición entre un 15 y un 20 por ciento de ventaja y los resultados de tres exit-polls o encuestas a pie de urna confirmaron esas previsiones.

Un muestreo de veinte mil personas distribuidas en 267 centros de votación, cuando ya habían sufragado 6 millones de electores, le concedía la victoria a la oposición por un margen del 20 por ciento. Luego el gobierno anunció unos resultados exactamente opuestos, lo que significa que, de ser ciertos, los exit-polls erraron en un 40 por ciento, cuando su margen natural de equivocación suele estar entre el 1 y el 2. O sea, la mayor disparidad que registra la historia del análisis electoral desde que estas técnicas de prospección se inventaron hace ya más de setenta años.

Además de estos datos, la conducta de los funcionarios chavistas mostraba todos los síntomas de la culpabilidad: no permitieron que los dos miembros de la oposición ―de un total de cinco― pertenecientes al Consejo Nacional Electoral presenciaran el proceso de recuento de votos en el Centro de Cómputo, mientras Francisco Carrasquero, el presidente del CNE, con nocturnidad y alevosía, esperó para dar los resultados hasta las tres de la madrugada, cuando casi todos los venezolanos dormían convencidos de que Chávez había sido derrotado.

Aparentemente, estamos ante un fraude electrónico. De acuerdo con esta muy creíble hipótesis, los programas de miles de computadoras fueron alterados de manera que colocaban un “techo” a quienes votaban por el “sí” para revocar el mandato de Chávez. Pero, además de explicar cómo pudo ser la estafa, la oposición tiene la responsabilidad de probarlo de manera fehaciente, tarea que no será nada fácil con un gobierno frenéticamente dedicado a obstaculizar la pesquisa que ha colocado en manos del ejército todo el material utilizado durante las elecciones.

Ante estos hechos, resulta sumamente extraño que tanto Jimmy Carter como César Gaviria se hayan apresurado a avalar los resultados de la consulta sin esperar, como pedía la oposición, el veredicto de un grupo de expertos en informática que hiciera una profunda auditoría de las computadoras, los programas y las impresoras utilizados. Esto explica la ira de un sector de la sociedad venezolana con el ex presidente norteamericano, quien tuvo que sufrir un “cacerolazo” organizado por un grupo de coléricos caraqueños que lo descubrieron cenando en un restauran de la capital tras darle el visto bueno a la victoria de Chávez.

Ese mismo día la televisión había pasado un fragmento de una entrevista que Larry King de CNN le hiciera a Carter durante las cuestionadas elecciones de la Florida en 2000, en la que el ex mandatario pedía un recuento exhaustivo, voto a voto, tomara el tiempo que fuera necesario, “porque lo importante es que se respete la voluntad del pueblo norteamericano”. Los venezolanos le preguntaban a Carter por qué en Venezuela pensaba y actuaba de manera diferente a como lo hacía en Estados Unidos.

En todo caso, con ser pocas, las probabilidades de que se demuestre que hubo fraude son mucho mayores que las que apuntarían a que el gobierno lo acepte. Chávez ya ganó, aunque sea mediante trampas, y jamás permitirá que esos resultados se alteren, lo que “legitima” su permanencia en el poder por lo menos hasta enero del año 2007, aunque una y otra vez insiste en que ocupará la casona de Miraflores hasta el 2021.

La oposición, pues, está colocada en una incómoda situación: sabe que se enfrenta a un gobierno autoritario que utiliza las formalidades democráticas para desmontar el Estado de Derecho y destruir las libertades. Chávez ya se ha apoderado de la Constitución, del Poder Judicial y de los mecanismos electorales. Ha convertido a las Fuerzas Armadas en una banda sectaria y dispone a su antojo de un inmenso botín generado por los precios del petróleo: cuando llegó al poder el precio del crudo era de ocho dólares por barril; hoy roza los cincuenta.

El dilema es terrible. La tentación más obvia es lo que en aquellos parajes llaman “el retraimiento”: negarse a jugar con un adversario que tiene las cartas marcadas para no legitimar la destrucción paulatina de la democracia. Sólo que si hace esto le deja la vía expedita al gobierno para que ocupe todo el espacio público y acelere el tránsito al totalitarismo. Por otra parte, si continúa participando en procesos electorales trucados frente a un enemigo inescrupuloso que no respeta las reglas, la oposición irá perdiendo poder progresivamente hasta convertirse en una comparsa carente de respeto y significación.

El pronóstico es muy grave: Chávez interpretará su “triunfo” como una señal para “acelerar el proceso revolucionario”, no sólo puertas adentro sino también en el exterior. Mientras el coronel les apretará las clavijas a los venezolanos, haciéndolos remar en dirección del “mar de la felicidad cubano” ―frase que él mismo acuñara―, toda la región andina sufrirá las injerencias de la revolución bolivariana. Mala cosa.



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