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Venezuela bajo el volcán

Mario Vargas Llosa, Diario El País

Domingo 7 de marzo de 2004 - En una carta pública, más de doscientos escritores del Centro Venezolano del PEN hacen un dramático pedido a sus colegas de todo el mundo para que los ayuden a resistir el avance de su país hacia una dictadura, bajo la bota del teniente coronel Hugo Chávez. Firma el texto lo más graneado de la intelectualidad de Venezuela y están representados en él todos los matices del espectro ideológico, de la derecha a la izquierda. De Elizabeth Burgos a Sofía Imber, de Adriano González León a Guillermo Sucre, de Isaac Chocrón a Simón Alberto Consalvi, de Luis Brito a Óscar Sambrano Urdaneta, todos los poetas, novelistas, críticos y ensayistas que he leído o que conozco figuran allí, denunciando la "vocación inequívocamente despótica y totalitaria" del presidente Chávez que, a través de los tres miembros que controla (de cinco que lo conforman) en el Consejo Nacional Electoral, se dispone a frustrar las esperanzas de los 3.448.747 ciudadanos venezolanos que estamparon su firma pidiendo un referéndum revocatorio, de acuerdo a una Constitución dictada por una Asamblea Constituyente en la que el "chavismo" tenía absoluta mayoría.

Al igual que los escritores, profesionales y técnicos, obreros y empleados, amas de casa y estudiantes y jubilados se movilizan por toda Venezuela para que la conjura gubernamental no frustre la esperanza que tenían depositada en el referéndum revocatorio, desde que, el 29 de mayo de 2003, luego de arduas negociaciones que duraron ocho meses, el Gobierno nacional y la Coordinadora Democrática (que representa a todas las fuerzas de oposición) acordaron esta consulta para poner fin en forma pacífica y democrática a la profunda crisis que atraviesa Venezuela. Pese a los obstáculos leguleyos y a los sabotajes de toda índole empleados por Chávez para impedir a la oposición recoger las firmas necesarias, ésta logró reunir un millón de firmas más de las 2.436.083 requeridas para que el referéndum fuera convocado. Puesto contra la pared, el Consejo Nacional Electoral, a través de los tres miembros "chavistas" que hacen mayoría, procedió entonces, con cínica desvergüenza, a establecer que sólo 1.832.493 firmas cumplían los requisitos establecidos, 876.017 presentaban dudas serias y serían sometidas a un proceso de ratificación, en tanto que 416.563 fueron rechazadas sin salvación posible y 54.000 misteriosamente "extraviadas" en el laberinto de la burocracia oficialista. Los otros dos miembros independientes del Consejo Nacional Electoral se negaron a suscribir el flagrante embuste.

Todo esto era perfectamente previsible y, sin embargo, esos dos tercios de venezolanos que, según todas las encuestas, están ahora en contra del comandante Chávez, parecen haber quedado estupefactos de que el Gobierno burle sus propias reglas de juego, negándose, mediante groseras triquiñuelas jurídicas, a acatar la exigencia de casi tres millones y medio de venezolanos de convocar un referéndum para determinar si Chávez continuaba en el poder hasta terminar su mandato o convocaba a elecciones de inmediato. Yo, por mi parte, nunca creí que el aprendiz de tiranuelo que está destruyendo Venezuela cumpliría los compromisos a que llegó con la Coordinadora Democrática, a menos que tuviera montado un perfecto fraude electoral que le garantizara la victoria en aquella consulta popular.

Para descreer en la palabra del personaje no hacía falta estar en el secreto de los dioses ni gozar de clarividencia política. Bastaba recordar el prontuario del comandante felón, traidor a su uniforme y a la Constitución de su país, que como militar había jurado respetar, levantándose en armas el 4 de febrero de 1992 contra un Gobierno legítimamente constituido y que en su tentativa golpista no vaciló en matar a soldados y oficiales venezolanos que se negaron a secundar su cuartelazo. Cuando el presidente Caldera, en un acto de una irresponsabilidad imperdonable, amnistió al comandante golpista y lo sacó del calabozo donde debió permanecer muchos años por su criminal proceder y lo lanzó a la arena política, legitimado cívicamente, no era difícil imaginar que Venezuela ingresaba por un camino peligroso que sólo podía conducirla al abismo. Debido al descrédito en el que habían caído los partidos democráticos por obra de la corrupción y la ineptitud de los gobiernos anteriores para satisfacer los anhelos de la sociedad venezolana, el ex golpista se convirtió en un líder mesiánico al que grandes sectores del país, cegados por la frustración y la inexperiencia política, creyéndolo un redentor, llevaron al poder en 1998 con una mayoría casi tan aplastante como la que ahora lo repudia. El país más rico de América Latina había elegido, con resolución pasmosa, suicidarse.

Ocurrió lo que tenía que ocurrir. En tan pocos años de gobierno, el nuevo presidente ha conseguido empobrecer a Venezuela hasta la bancarrota con medidas populistas y demagógicas, arruinando su moneda, destruyendo al sector privado, disparando la inflación, precipitando una fuga frenética de capitales y desapareciendo el ahorro, y multiplicando la corrupción a todos los niveles de la sociedad con sus prácticas intervencionistas y un control de cambios que permite toda clase de tráficos y chanchullos a los favorecidos del régimen. Con un verbo tan desmesurado y chusco como el de Fidel Castro, su modelo y mentor, el comandante Chávez se ha encargado de crispar la vida social hasta extremos que colindan con la guerra civil, "fomentando -como dice la carta de los escritores del PEN- la violencia, el odio de clases y la exclusión de inmensos sectores de clase media y alta, tildados por él de oligarcas". Pero tampoco la clase obrera se ha librado de la vesania chavista, porque el grueso de los trabajadores venezolanos, agrupados o no en la principal central sindical obrera, también forma parte de la Coordinadora Democrática.

¿De dónde procede ese tercio del país que, según los sondeos, todavía sostiene a Chávez? De una burocracia servil y algunas provincias, pero, principalmente, de la marginalidad, los llamados lumpen, los pobladores de los "ranchitos" menos integrados, cuyo abandono, miseria y frustración los hace pasto fácil de la retórica cargada de odio y vindicta con que el comandante Chávez los exhorta a armarse y estar listos para librar las batallas decisivas contra "el fascismo", "la burguesía" y el "imperialismo yanqui". Con esos sectores, más hampones y pistoleros profesionales, y con la diligente asesoría de Cuba, donde hay un régimen experto en la manipulación y la regimentación de las masas, el Gobierno ha armado las milicias populares con las que amedrenta, golpea y tiende a la oposición emboscadas como la que se saldó con la matanza del 11 de abril, y con las que, mientras consuma la purga de elementos independientes de las Fuerzas Armadas, se prepara para dar los pasos siguientes que acaben de una vez por todas con las apariencias, cada vez más frágiles, de democracia que hay en el país e instale lo que ha sido desde el principio su designio: un régimen de control absoluto del poder.

Sabiendo que tiene dos tercios de Venezuela en la oposición y habiendo tomado ya tantas medidas para eternizarse en el Gobierno, ¿cómo habría consentido Chávez en convocar un referéndum? Ha preferido, por eso, desafiar abiertamente a la opinión pública nacional e internacional, con la mascarada que acaba de consumar el Consejo Nacional Electoral, anulando o congelando casi dos millones de firmas de ciudadanos venezolanos. Sin embargo, no todo está perdido, porque, aunque es muy improbable que la naciente dictadura venezolana admita poner en juego su existencia mediante una consulta al electorado, hay un factor con el que evidentemente Chávez (y su maestro Fidel) no habían contado y que hasta ahora ha conseguido perturbar la estrategia diseñada para instalar una segunda Cuba en América Latina: el coraje y la voluntad de resistencia del pueblo venezolano.

Es un pueblo que no ha sido sobornado ni castrado todavía por la demagogia populista y que, desde hace algún tiempo, ha sabido rectificar su error de hace seis años, cuando cometió la insensatez de abrirle los brazos a un despreciable espadón sin honor que se había levantado en armas contra un Gobierno legítimo. Un pueblo que con sus manifestaciones pacíficas, sus paros, sus memoriales, sus asambleas, sus sacrificios, sus víctimas, ha sido capaz de frenar el proceso de confiscación sistemático de todas las instituciones que lleva a cabo el comandante Chávez desde que fue elegido, y que, en vez de dejarse embelesar por las campañas de intervencionismo estatal en la economía y en la sociedad civil, ha impedido que los diarios, las estaciones de radio y de televisión, sean capturadas, las empresas estatizadas, y la vida cívica expropiada a favor del partido único y el monocorde soliloquio del caudillo. No es por generosidad de Chávez y su pandilla gobernante que todavía hay unos espacios de libertad y de legalidad que no han sido arrollados en Venezuela. Sino por la resolución de millones de mujeres y hombres que no han permitido ser atropellados y que, pese a todo lo que arriesgan en ello, se siguen batiendo día y noche, con métodos pacíficos, para que la Venezuela que, en 1958, luego de una antiquísima tradición de dictaduras, recuperó su libertad defenestrando al adiposo Marcos Pérez Jiménez, no vuelva a caer en la barbarie y el oscurantismo autoritario. Ahora mismo, mientras escribo este artículo, en Caracas, Maracaibo, Valencia y otras ciudades del interior, los demócratas venezolanos se enfrentan a efectivos militares y a paramilitares de las milicias "chavistas", en choques que han causado hasta ahora una docena de muertos, centenares de heridos y una dura represión contra los dirigentes de la resistencia.

Ese pueblo merece ser apoyado por todos los demócratas del mundo entero. Porque el comandante Chávez, como ocurre siempre con las dictaduras, no sólo es un enemigo de su propio pueblo, sino un peligro para sus vecinos y para todos los regímenes democráticos del Continente, a quienes, por lo demás, ya ha comenzado a hostilizar, tratando de desestabilizarlos. Son un hecho más que probado las buenas relaciones, para no hablar de abierta complicidad, entre el comandante de marras y las FARC y el ELN, las dos fuerzas revolucionarias en guerra contra el Estado de Colombia, y las ayudas económicas que aquél ha prestado a esos movimientos injustamente llamados "indigenistas" -se arrogan la representatividad exclusiva de unas comunidades étnicas que muchas veces no los siguen y a menudo los combaten-, factores importantes de erosión de la democracia en Colombia, Bolivia y, en menor escala, Perú. Si toda la comunidad de naciones democráticas se solidariza con quienes sólo piden que se les deje manifestarse a través de su voto, según acordaron el Gobierno y la oposición en Venezuela, y los organismos internacionales como la OEA, y las Naciones Unidas, y la Unión Europea exigen a Chávez que cumpla con la palabra contraída, no es imposible todavía que el referéndum revocatorio tenga lugar. Si él se lleva a cabo, se habrá conjurado a tiempo la amenaza de una sangrienta guerra civil en Venezuela.



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