Carta abierta a don Hugo Chávez
De José Miguel Barros, Miembro de la Academia Chilena de la Historia
Embajador
Excmo. Sr.
Don Hugo Chávez,
Presidente de la República Bolivariana de Venezuela,
Mi señor don Hugo:
Con sus sucesivas e intempestivas declaraciones acerca de su sueño de
bañarse en playas bolivianas (convertidas ahora en un "mar boliviano",
tal vez ante la insinuación de que sumergiera su humanidad en aguas del
Titicaca) ha logrado Ud. exasperar a muchos chilenos. Para usar una gráfica
expresión nacional, plenamente aplicable, "nos ha sacado los choros
del canasto".
Este preámbulo le dará a entender que no es mi intención
asilarme en frases modosas sino tratar de enseñarle varias cosas que
Ud., por formación y por estilo, probablemente ignore. Me siento con
derecho a hacerlo porque hace años abandoné el oficio diplomático
para dedicarme exclusivamente a desentrañar ciertos fenómenos
históricos y a tratar de exponer verdades objetivas, con todos los medios
a mi alcance. A eso obedecen estas líneas, por lo que le concierne.
Haciendo abstracción de mi persona, un chileno entre quince millones
de compatriotas, ojalá las lea aunque sólo sea por provenir ellas
de un país serio situado en el extremo austral de América. No
han nacido en una "República O'Higginiana de Chile" (ya que
aquí nadie se habría atrevido a introducir semejante terminología)
sino en una Nación vieja, forjada en la lucha y el rigor, respetable
y respetuosa de sus congeners hispanoamericanos, físicamente alejada
de efluvios tropicales, del vudú afroamericano y de la santería
caribeña.
Hay varias insinuaciones que deseo formularle.
La primera de ellas es que se detenga a meditar en el daño que sus inconsultas
intervenciones en materias exclusivamente chileno-bolivianas causan a la misma
aspiración boliviana que Ud. cree estar ayudando. Cualquier observador
bien intencionado podrá informarle de que, por la forma que revisten,
estas incursiones suyas en diversos foros americanos hacen más daño
que bien a las posiciones bolivianas. En efecto, aquí en Chile inducen
a enardecer ánimos y a endurecer ciertas posturas extremas, limitando
cualquier posible influencia de aquellos chilenos que, como yo, creen en la
conveniencia de negociar con Bolivia en el marco del derecho y bajo la égida
de la buena fe.
Mi segunda sugerencia es que Ud. se reúna con gente venezolana que conozca
la historia diplomática americana y el derecho internacional, a fin de
que lo instruya sobre el sistema de tratados y, en particular, sobre las peculiaridades
del régimen territorial peruano-chileno-boliviano. Estoy persuadido de
que ella le haría ver cosas que Ud. desconoce. Por ejemplo, que Chile
y Bolivia están ligados por un tratado que va a cumplir un siglo, mediante
el cual ambos Estados veinte años después del término
de la guerra del Pacífico concordaron definitivamente sobre sus
límites y la forma de su futura relación territorial. En ese tratado
de 1904, Chile compensó con diversos elementos, en la forma en que se
hacía en esa época, las concesiones que le hizo Bolivia. Entre
ellos, "el más amplio y libre derecho de tránsito comercial
por su territorio y puertos del Pacífico"; la facultad de Bolivia
para constituir agencias aduaneras en los puertos que designare para su comercio;
un intercambio comercial sujeto a un trato igualitario al aplicable a terceras
potencias; la entrega de ingentes sumas de dinero en efectivo; la construcción
de redes ferroviarias; etc., etc.
Se reconozca o no hoy, ese pensamiento y conducta predominantes hace un siglo,
este do ut des, fueron entonces considerados equitativos por las autoridades
bolivianas y chilenas, y recibieron todas las aprobaciones políticas
requeridas por las Constituciones de ambos países.
Si indaga un poco, podrá enterarse de que, al amparo de ese tratado y
de otros múltiples acuerdos sucesivos, Bolivia goza hoy de un acceso
al mar que es muy superior al de cualquier otro país mediterráneo
del mundo.
Es más importante aún que Ud. sepa que, aunque lo quisiera, Chile
no podría desprenderse de parte alguna de territorio ariqueño
sin un acuerdo previo del Perú. Así lo exige un acuerdo chileno-peruano
de 1929.
Si Ud., señor Chávez, se interesara realmente en ayudar a Bolivia,
¿por qué no ordena que sus diplomáticos sondeen el pensamiento
oficial del Perú, a fin de sopesar la factibilidad de esa "playa
en el mar boliviano" que le ha dado por pregonar como un mantra en estos
últimos días? Una indagación en esa materia podría
iluminarlo en términos que probablemente Ud. no sospecha.
Aparte de lo anterior, yo me atrevería a aconsejarle algo que podría
revestir de seriedad el internacionalismo que exhibe en este campo. Es una idea
simple.
Le sugiero que tome la iniciativa de que una Comisión técnica
e imparcial de la O.E.A. haga un estudio objetivo de las diversas situaciones
territoriales de todo nuestro continente.
¿Cómo se configuró la soberanía territorial de
los distintos Estados? ¿Qué territorios perdieron y cuáles
adquirieron después de su independencia? ¿Fueron todas adquisiciones
pacíficas, o algunas de ellas emanaron de conflictos armados, o de presiones
políticas que no se pudieron resistir? ¿Cuánto suelo otrora
de Bolivia pasó a poder de sus vecinos, aparte de Chile? ¿Cuánto
perdió México de su antiguo dominio colonial? ¿Por qué
debió Colombia ceder sus tierras istmeñas? ¿Cómo
se redondeó el inmenso territorio brasileño?
Estoy cierto de que un estudio semejante efectuado por analistas honestamente
informados arrojaría muchas luces sobre la realidad política continental.
Y creo firmemente que, en el panorama que así se revelare ante la opinión
pública americana, la guerra a que Chile se vio arrastrado en el siglo
XIX aparecería apenas como uno más entre múltiples episodios
de luchas armadas, conflictos fronterizos, entreveros diplomáticos o
negociaciones dudosas.
Dicho de otro modo, en el marco estricto de la verdad histórica,aparecería
como un acto injusto exhibir a Chile como el único país digno
de censura. Asimismo, gracias a tal ejercicio de exploración de la verdad,
Ud. comprendería la gran falacia que hay detrás del histrionismo
populista que le arrastra a teatralizar una y otra vez, como invitando a ser
aplaudido por quienes poco o nada saben de historia o de derecho internacional,
ese "sueño" que ha pregonado en estas últimas semanas.
Más de una vez he sostenido públicamente que nada se opone a que
Chile y Bolivia analicen fraternalmente cualesquiera problemas de su convivencia
como naciones soberanas. Pero hay ciertas premisas inamovibles entre las cuales
hoy debo mencionar por lo menos dos: que los países serios no se desprenden
frívolamente de sus territorios y, más específicamente,
que Chile sólo debe a Bolivia aquello que emana de los tratados que le
vinculan a ella, y aquello que le impone el derecho internacional. ¡No
hay deudas históricas que saldar ni culpas que purgar!
Tengo la convicción de que, al amparo de esos principios, ambos Estados
pueden y deben resolver sus problemas, escudados en sus respectivos derechos,
sin injerencia de opinantes de terceros países que sólo contribuyen
a enrarecer la atmósfera internacional.
Por todo ello, señor Chávez, he tomado la iniciativa de esta "carta
abierta", inspirado por la esperanza de que algo de su contenido penetre
en Ud. atravesando la barrera de preconceptos que hasta ahora le impiden sopesar
la realidad política del extremo austral de nuestro continente.
Si ello no ocurriera, sin inmiscuirnos en problemas internos de su país,
los chilenos podremos anhelar calladamente que algún día surjan
en Venezuela hombres ponderados, cultos y de buena fe que guíen a su
país por la recta senda del derecho y de la verdad histórica.
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